Los rayos de
sol del atardecer atravesaban los pequeños huecos que había entre las hojas de
los árboles que tenía justo encima, hacía tiempo que no llevaba el control del
tiempo, pero estaba seguro que estos eran los últimos del día, pronto
oscurecería. Estaba sentado en mi trinchera junto a mis compañeros, se
respiraba el primer momento de calma de los últimos meses. Sentado junto a
ellos hablábamos de la situación, lo cierto es que no teníamos la menor idea de
cuando acabaríamos, ni siquiera de la situación global en la guerra, es más no
sabíamos si a la mañana siguiente seguiremos vivos. Aquí estaban, junto a la
hoguera y junto a mí, Carlota, Cristóbal, Manuel, Arturo, José, Juan Antonio,
Juanito y Beatriz. Somos todos los que quedamos del pelotón inicial, menos
Beatriz que se unió luego, después de que todo su grupo fuera aniquilado. Junto
a la hoguera hablábamos de nuestras historias y nuestro pasado, en su mayoría
todos se alistaron, al igual que yo, porque no vimos otra salida en la vida,
cuando éramos más jóvenes, el nivel de desempleo era muy alto y cada uno
tratábamos de buscarnos la vida como podíamos, el ejército era una de las
mejores opciones en ese momento. ¿Quién nos iba a decir que años más tarde
íbamos a acabar en este inmundo agujero?, casi sin comida, bebiendo agua
embarrada… y con la incertidumbre como única amiga.
Ya
llevábamos al menos una hora hablando y aún se podía respirar tranquilidad, a Manuel
todo esto le daba mala espina, los demás sólo tratábamos de disfrutar de este
momento de tranquilidad, dios sabe cuándo volveremos a tener otro momento de
paz. No habíamos parado en meses desde que empezó este maldito conflicto, no
habíamos parado de perder compañeros, de sufrir, de no dormir más de dos horas
para rotar y hacer guardias en el mejor de los casos, combatir en el peor.
Afortunadamente, nuestra línea estaba bien aprovisionada y no nos habían
cortado las rutas de suministros y seguíamos teniendo algo de comida (aunque
muy racionada) y lo más importante, munición para seguir defendiéndonos de las
envestidas enemigas. Hasta ahora sólo habíamos mantenido la línea, no habíamos
avanzado, pero nuestra misión de mantener posición la hemos estado cumplido con
cierto éxito.
Poco después
llego el oficial al mando a nuestra posición, nos ordenó prepararnos porque
íbamos a atacar, era la hora de avanzar posiciones, era la hora de la ofensiva.
Nos levantamos rápidamente y cogimos nuestros fusiles, los limpiamos y
preparamos como años atrás nos habían enseñado en la instrucción. Comprobamos
el estado de nuestro equipamiento, la munición… Nos pusimos nuestra capa
embarrada y a la señal comenzamos a movernos en dirección a lo desconocido,
pronto saldríamos del bosque a una llanura despejada, aquí tendremos bastante
menos cobertura si el combate se realiza en este lugar, pensé. Seguimos
avanzando, ya había anochecido completamente cuando llegamos a la llanura, mi
visibilidad era bastante escasa. Repentinamente un gran estruendo sonó y una
fuerte iluminación cubrió el lugar y los cañones empezaron a gritar, acompañado
de un coro de aullidos de fusiles. El primero en caer fue Cristóbal de una bala
en la cabeza, poco pudimos hacer por él.
La noche era
profunda, los estruendos y chillidos danzaban entorno a ella. Desde mi posición
no conseguía ver al enemigo ni de donde atacaban, así que traté de ocultarme.
Tras un instante, se incorporó a mi lado Beatriz.
–Hola –dijo
ella.
–Hola –le
contesté.
–No sé quién
ha ordenado este ataque, pero es un suicidio, pronto estaremos todos muertos en
la oscuridad –calló un instante. –y al final… ¿Para qué ha servido tanto
sufrimiento?, ¿Para qué tanta tortura?, ¿Qué defendemos realmente?, ¿Había
necesidad de venir a este maldito país a atacar?, ¿En qué nos ayuda todo esto?
¿No lo ves? Nos han usado de carnaza para descubrir la posición del enemigo,
eso es todo lo que somos para ellos, meras herramientas para proteger sus
malditos intereses. ¡Hijos de puta!, ¡No defendemos ningún pueblo!, ¡No
defendemos ningún país!, ¡Atacamos para salvar el culo a esos cabrones! –Empezó
a sollozar.
No pude
evitar abrazarla para intentar calmarla, estaba llena de ira y de miedo, y con
razón, había visto morir a todos sus antiguos compañeros y ahora se enfrentaba
de nuevo a un destino similar en el mejor de los casos, o a la mismísima muerte
en el peor. Así que estuve un largo rato abrazado a su figura delgada, lo
cierto es que era bastante atractiva, también es probable que fuese guapa si no
le cubriese el polvo y la roña que meses de actividad nos habían dejado de
recuerdo. Con una mejor vida de joven y más oportunidades, seguro que no se
habría visto obligada a alistarse y a pasar este sufrimiento atroz. En ese
momento sentí mucha compasión por ella y por todos nosotros, ¡Qué poca
importancia le damos a las decisiones que tomamos cuando somos jóvenes!, ¡Son
realmente las que nos marcan de por vida!
Sentí un
impulso por besarla y me deje llevar, la besé. Ella también se dejó llevar por
la situación. Tras un largo beso, una explosión nos interrumpió, sonó muy
cerca. Al parecer una granada había estallado a una corta distancia. Después de
la explosión escuchamos un grito pidiendo ayuda, era la voz de Manuel, Beatriz
tomó su fusil y se lo puso en el hombro, yo la seguí. Cuando llegamos al origen
del grito, vimos a Manuel con las piernas separadas de su tronco, mientras se
desangraba. Beatriz sin meditarlo, cargó el fusil y disparó a la cabeza de
Manuel. El tiro delató nuestra posición y una ráfaga de metralla vino a buscarnos,
afortunadamente no nos alcanzó y pudimos buscar cobertura detrás de unas rocas
que había cerca.
Al colarnos
detrás de la roca, vimos que una silueta ya habitaba el refugio, la silueta no
parecía amistosa y me apuntó con su arma. Así, sin pasar mi vida ante mis ojos,
ni ninguna de estas historias que se cuentan, me disparó. En ese instante
Beatriz aprovechó para disparar su fusil contra la silueta. El tiro me alcanzó
y tras un grito de Beatriz, me agarró. Eso evitó que callera al suelo, pero no
evitó que el mundo que me rodeara se tiñera primero de rojo, y tras ser
consciente que iba a morir en los dulces brazos de ella, el negro inundó el
mundo.